lunes, 22 de febrero de 2010

"Fui forastero y me recibieron"

Extracto de la Carta pastoral sobre los derechos humanos de los inmigrantes por Mons. Anthony B. Taylor, Obispo de Little Rock, Arkansas

"Trabajar para remediar las disparidades de riqueza y desarrollo económico a nivel internacional, sobre todo en los países de origen de los inmigrantes"

Las fronteras nacionales no impiden los movimientos demográficos casi nunca cuando hay fuertes motivos económicos por esa migración — el principio económico de oferta y demanda. Por eso, si no queremos recurrir a medidas extremas, la única opción de punto de vista histórico es decidir como gestionar esa migración hoy. Entre 1986 y 2008 el presupuesto de la Vigilancia Fronteriza (Border Patrol) subió más de 5,600 por ciento, el número de agentes se quintuplicó y reforzaron los puntos de entrada fronterizos, y sin embargo durante esos mismos años la población inmigrante sin documentos triplicó alcanzando al menos 12 millones, a pesar de la legalización de otros tres millones por la Ley de Reforma y Control de Inmigración de 1986 (the Immigration Reform and Control act of 1986). ¿El motivo? Insuficientes avenidas legales para la entrada de inmigrantes a los Estados Unidos, en comparación con el número de empresas que necesitaban obreros.


¿Adoptaremos una política positiva que ayuda a los nuevos residentes a participar plenamente en la sociedad? ¿O adoptaremos una política negativa y así crear una subclase marginada y un vivero de resentimiento? La deportación de millones de personas y cerrar la puerta a futura inmigración no son opciones realistas históricamente, económicamente o socialmente. Nuestra única verdadera opción es la de facilitar este proceso para el bien común o crear la más posible miseria — y cosechar las consecuencias indeseables. Hay, desafortunadamente, una incongruencia inmensa entre las realidades económicas y sociales que causan inmigración y las actuales leyes migratorias de los Estados Unidos, que de muchas maneras intentan impedir la inmigración de ciertos países y no facilitar el proceso.

¿Sabe usted que es casi imposible que un mexicano inmigre legalmente a los Estados Unidos si no cuenta con familiares cercanos que ya son ciudadanos americanos?
La protección de los derechos humanos es un componente esencial de nuestra fe católica y ustedes y yo estamos obligados a examinar los problemas de nuestro tiempo a la luz de las verdades de nuestra fe. La protección de los derechos humanos es también un componente esencial de ser un buen ciudadano americano. Uno de los temas más apremiantes de hoy en el cual nuestra fe tiene mucho que ofrecer es el tema de la inmigración y en particular los derechos humanos de los inmigrantes que no tienen documentos.

Desafortunadamente, las leyes migratorias de los E.E.U.U. no proveen a la gente otra alternativa en el ejercicio de su derecho humano básico de inmigrar.


La inmigración en ejercicio de los derechos humanos intrínsecos es justificable y no mala, aunque requiere la violación de una ley injusta. La solución al problema de inmigración ilegal es no hacerla aun más difícil y peligrosa, sino eliminar las causas de inmigración ilegal, como sigue:

1. Eliminar todo lo que impide el movimiento libre de personas honestas que quieren cruzar fronteras nacionales, y promulgar políticas migratorias que reflejen mejor las realidades económicas que causan mucha migración. Una política migratoria más generosa nos capacitará a controlar mejor a ciertas personas que entran al país y mejor proteger a la gente de los elementos crimi nales que explotan a los inmigrantes.

2. Trabajar para remediar las disparidades de riqueza y desarrollo económico a nivel internacional, sobre todo en los países de origen de los inmigrantes. La gente abandona su país generalmente porque no hay otra opción, para proteger y proveer a sus familias.

3. Crear un sistema que acoge a inmigrantes, facilita su adaptación a la vida en los Estados Unidos y les provea un camino fácil a la ciudadanía

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